Las películas o series de televisión suelen mostrar personajes con talentos extraordinarios o habilidades especiales. Pero, de la misma manera que no todas las personas con autismo presentan discapacidad intelectual asociada, tampoco es posible generalizar afirmando que todas tienen un talento excepcional.

Ninguna. La comunidad médica y científica de todo el mundo avala que no existe evidencia alguna que relacione la vacunación y el desarrollo del TEA. Esta duda se relacionaba principalmente con la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola), pero la investigación ha demostrado que los estudios que establecían esa posible conexión carecían de rigor científico y estaban falseados, retirándose a su autor (el doctor Andrew Wakefield) la licencia para ejercer la medicina en Reino Unido.

El autismo no es una enfermedad y, por lo tanto, no se puede curar. A día de hoy, los únicos abordajes e intervenciones recomendados para las personas con autismo son de carácter psicoeducativo, orientados a potenciar los puntos fuertes y fortalezas de cada persona y a proporcionarle apoyos que favorezcan su desarrollo, su participación social y su calidad de vida.  

El tratamiento más eficaz es el que se adapta a las necesidades específicas de cada persona y le proporciona los apoyos que necesita para desenvolverse en su entorno. Un enfoque terapéutico ampliamente aceptado y basado en la evidencia es el llamado Análisis Conductual Aplicado (ABA), una forma de terapia diseñada para aumentar las habilidades lingüísticas y comunicativas, la interacción social y los comportamientos adaptativos.  

Otros modelos de intervención, generalmente orientados a la atención temprana, se centran en el papel de la familia como principal agente promotor del desarrollo. Buscan, a través de la potenciación de la calidad de las interacciones entre personas adultas y niños/as, promover diferentes aspectos como la comunicación social, la reciprocidad o la atención compartida. La intervención temprana es crucial, ya que la evidencia científica demuestra que quienes empiezan a recibir apoyos a una edad más temprana tienden a tener mejor pronóstico en el largo plazo.  

En el ámbito educativo está ampliamente extendido el uso de la metodología TEACCH, que propone, a través de la enseñanza estructurada y los apoyos visuales, la mejora de aspectos como la comunicación, la cognición, la percepción, la imitación y las habilidades motoras del alumnado autista.  

Hay terapias que se centran en el abordaje de aspectos muy específicos, como la integración sensorial o las intervenciones centradas en la comunicación (comunicación facilitada, sistemas aumentativos y alternativos de comunicación, etc.). También es habitual que las personas con autismo realicen terapia ocupacional con el objetivo de desarrollar las habilidades que necesitan para funcionar de la forma más independiente posible en su vida diaria, o entrenamiento en habilidades sociales, para mejorar las interacciones y relaciones sociales.  

En general, la intervención dirigida a las personas con autismo debe estar siempre basada en la evidencia y conjugar el conocimiento científico con la experiencia y el consenso profesional, así como con los intereses y derechos de las propias personas en el espectro y sus familias.  

Es importante trabajar con profesionales con experiencia en el abordaje del autismo para desarrollar planes de tratamiento individualizados que tengan en cuenta las necesidades y características únicas de cada persona. Además, es posible que sea necesario un enfoque multidisciplinar en el que diferentes profesionales trabajen juntos para proporcionar la mejor atención en cada caso.  

Actualmente no se dispone de evidencia científica sólida que apoye el uso generalizado de este tipo de intervención en el caso de las personas con autismo. La investigación al respecto es limitada y presenta debilidades importantes, como el escaso número de participantes o la inconsistencia en cómo se evalúan sus resultados. 

Por ello, no es posible afirmar que este tipo de intervenciones produzcan cambios significativos en las alteraciones nucleares del TEA y tampoco se pueden recomendar de manera generalizada como intervención con eficacia contrastada. 

Pueden ser experiencias satisfactorias y motivadoras para determinadas personas autistas que disfrutan del contacto con los animales, pero esto no debe confundirse con que esté demostrada su eficacia para modificar sustancialmente las manifestaciones nucleares del TEA ni con que sean recomendables para el conjunto de las personas que forman parte de este colectivo.

Aunque es cierto que algunas personas con autismo pueden beneficiarse de ajustes dietéticos debido a alergias o intolerancias alimentarias, no hay ningún tipo de evidencia científica que respalde la afirmación de que ciertas dietas, como las que excluyen el gluten o la caseína, ejerzan un efecto curativo sobre el autismo. 

Otro mito relativamente extendido señala que determinados suplementos nutricionales (por ejemplo, vitaminas y minerales), o determinados compuestos “milagrosos”, pueden prevenir o incluso revertir los síntomas del autismo. Esta es otra idea que carece por completo de evidencia científica que la respalde. Aunque ciertos suplementos, en el contexto de una nutrición sana y equilibrada, pueden desempeñar un papel importante en el bienestar general de algunas personas, incluidas las autistas, actualmente no existe ningún suplemento que pueda “curar” autismo. 

En conclusión, la relación entre autismo y nutrición debe basarse siempre en un enfoque basado en la evidencia. Los mitos y demás generalizaciones simplistas carentes de base empírica no sólo resultan engañosas, sino que pueden llegar a poner en riesgo la salud de las personas con autismo.  

Te dejamos también esta noticia en nuestro blog: Mitos sobre alimentación y autismo 

Va a depender en buena medida de si ha resultado posible identificar una vinculación genética específica para el TEA del primer hijo o hija algo que, en la actualidad, sólo se logra en el 15% de los casos, aproximadamente.  

Para los casos en los que no es posible de identificar, los estudios de investigación apuntan un riesgo aproximado de recurrencia (es decir, de tener un segundo hijo o hija con autismo) en el 20% de las familias. Esta probabilidad se incrementa al 30% aproximadamente en los casos en que ya se tengan dos hijos/as con TEA. 

Por ello, se hace imprescindible mantener una vigilancia estrecha del desarrollo de los hermanos menores de un niño o una niña con autismo, con el objetivo de favorecer la identificación precoz de la condición u otras dificultades en el desarrollo e intervenir de manera temprana si fuera necesario.

El síndrome de Asperger es una categoría que ha desaparecido de los sistemas de clasificación utilizados internacionalmente para hacer diagnósticos clínicos (CIE-11 y DSM-5). En ellos, se ha sustituido el término “trastorno generalizado del desarrollo” por “trastorno del espectro del autismo”, eliminando así otras categorías que se incluyen dentro de la de TEA, como “la enfermedad de Asperger”. 

Por tanto, el síndrome de Asperger define al autismo cuando no se acompaña de discapacidad intelectual ni de dificultades significativas de lenguaje en sus aspectos formales. 

Aunque la categoría diagnóstica específica ha desaparecido de los dos sistemas de clasificación, se mantiene la denominación social por una cuestión identitaria y por el sentimiento de pertenencia que pueden presentar las personas que recibieron dicho diagnóstico. 

Si quieres ampliar la información, puedes visitar nuestra noticia: Lo que no sabías sobre el síndrome de Asperger

Unas manos de mujer tecleando en un ordenador portátil

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