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“Todo esfuerzo sirve para algo, todo suma si lo que tienes detrás es trabajo, motivación y apoyo”

  • Inés Santalla, maestra de educación infantil, comparte los logros conseguidos por Antonio, un niño con autismo, gracias al trabajo constante de sus padres y del equipo del centro educativo.
  • “Siempre quiero que mis alumnos y alumnas consigan dos objetivos en la vida: ser felices y ser autónomos o autónomas”.
Testimonio de madre de niña autista

Hoy queremos compartir en Tal como somos el testimonio de Inés Santalla, una maestra de educación infantil que trabajó durante unos años con Antonio, un niño diagnosticado de trastorno del espectro del autismo (TEA). Como ella misma relata, cada pequeño logro cuenta, porque significa ir hacia adelante e ir superando dificultades. Y también cada apoyo cuenta, porque todas las personas podemos contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a mejorar la calidad de vida de los niños y niñas con autismo, para que desarrollen al máximo todo su potencial, sean felices y tengan autonomía para participar activamente en la sociedad que les ha tocado vivir.  

TESTIMONIO DE INÉS SANTALLA, MAESTRA DE EDUCACIÓN INFANTIL 

Siempre quiero que mis alumnos y alumnas consigan dos objetivos en la vida: ser felices y ser autónomos o autónomas.  

Ser felices desde un punto de vista lógico, no utópico. No quiero que canten entre sirenas y pasten en prados brillantes de unicornios multicolor. Quiero que hagan algo que les satisfaga, que estudien, que trabajen, que sean conscientes de un esfuerzo necesario para ganarse honradamente la vida y a la vez sentir satisfacción con ello. Que corran, que bailen, que jueguen, que no hagan nada, que hagan lo necesario para estar contentos o contentas la mayor parte del día. Que sonrían y se sientan plenos o plenas. 

Ser autónomos o autónomas desde el punto de vista de la no dependencia. Que puedan subir, bajar, entrar y salir sin que nadie les obligue a nada, les corte las alas ni les frene la carrera. Que tengan ayuda y apoyo infinito, familia, amigos y amigas que les completen, pero que puedan estar solos o solas, que puedan desenvolverse y sentirse uno o una más en la compleja sociedad que achucha, a veces, sin alma. Que sepan vivir en el mundo que les ha tocado. 

Antonio llegó a mí a los tres años de edad, con mirada perdida y quietud física. No hablaba, no jugaba, parecía no escuchar, se asustaba ante ruidos fuertes y/o sorprendentes y ante situaciones poco rutinarias. Poco a poco se fue adecuando al aula, a mí, a los compañeros y compañeras y a una nueva rutina que, día a día, exigía algo nuevo. No aprendía al ritmo del resto, pero como tampoco partía del mismo punto, no era justo compararlo. Cada semana, cada mes y cada trimestre era un misterio para sus padres y para mí.

Avanzábamos juntos, con mucha comunicación, prácticamente diaria, con ensayo-error, probando juegos, técnicas y con dudas constantes. Cada profesor o profesora de apoyo le aportó algo, cada compañero o compañera le ayudó, cada situación nueva lo puso a prueba y sus padres y yo, pacientes y machacones, avanzábamos como hormiguitas. Colgar la ropa en la percha, quitarse un calcetín, abrir un bote, coger una bola de plastilina… aspectos nimios y sin mayor importancia para muchos pero que Antonio conseguía poco a poco para nuestro deleite. Nadie se rindió. 

Llegó Primaria y apareció la necesidad de poner etiquetas. Para ayudar. Para buscar ayuda. Surgieron nuevas dudas. ¿Es necesario? Sí, nuestra burocracia así lo demanda. Continuamos avanzando. Probando alimentos, conociendo letras, contando, escribiendo… Más y más alegrías. Llegaron los estándares, las calificaciones y llegó el miedo, pero Antonio demostró una vez más que todo esfuerzo sirve para algo, que todo suma si lo que tienes detrás es trabajo, motivación y apoyo. 

Después de ocho años miro atrás y pienso: valió la pena. Valió la pena no rendirse, no desesperarse, ser positiva, quedarse con lo que sí se puede hacer, con el progreso, con las ganas de ir hacia adelante. Nunca nos rendimos, solo buscábamos soluciones prácticas ante cualquier imprevisto. Si Antonio podía, ¿íbamos a rendirnos sus padres y yo? ¡Jamás! Y continuamos mirando tan solo hacia adelante; si acaso hubiese que parar, ya pararíamos, pero de momento nuestro objetivo era claro: avanzar. 

Siempre quiero que mis alumnos y alumnas consigan dos objetivos en la vida: ser felices y ser autónomos o autónomas. Antonio está en el camino correcto. 

 

Inés Santalla Pérez 

Maestra Educación Infantil 

 

Autismo España no se hace responsable de las opiniones vertidas que se emitan en esta sección puesto que son de carácter personal, y no necesariamente reflejan la posición de Autismo España.