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08.08.2025 Accesibilidad

«Relatos desde el corazón autista», la historia de Adriana en primera persona

  • Adriana Nash Ruth, tiene 59 años y es una mujer adulta en el espectro autista. 
  • Escribe relatos breves donde describe su percepción diferente del entorno.
Una mujer sujeta una guitarra y mira a la cámara en un jardín

Durante mucho tiempo, le fue difícil encontrar formas de expresar cómo vivía el mundo, cómo sentía las emociones o cómo transitaba la memoria. Sin embargo, tomó clases de escritura y descubrió que, a través de las metáforas, puede contar historias que conectan con su verdad y con la de muchas otras personas. 

Así nació «Relatos desde el corazón autista», donde narra, desde la intimidad y la sensibilidad, su paso por distintas etapas de la vida. Son relatos breves sobre la infancia, la soledad, la creatividad, la percepción diferente del entorno, los vínculos, la resiliencia o la identidad. 

Su intención con estos relatos es que lleguen a:  

  • Mujeres adultas que han vivido en silencio su neurodivergencia o sus emociones. 
  • Personas autistas, para ofrecerles una voz cercana. 
  • Lectores en general, que deseen asomarse con empatía a una vivencia que también es universal. 

Algunos de estos relatos incluyen cuadros de su autoría, integrando palabra e imagen como forma de expresión artística. 

Contacto de la autora: nashradriana@gmail.com 

 


 

La niña de las preguntas y la mujer con las respuestas

Nadie lo notó al principio. Solo era una niña callada, de mirada profunda, que se quedaba demasiado tiempo pensando antes de hablar. Mientras los
demás niños jugaban sin pensar, yo observaba, analizaba, dudaba. Y cuando por fin me decidía a actuar, ya era tarde. La ronda había cambiado. El juego
había terminado.

Crecí con esa sensación de estar casi, de llegar un poco después, de ser un idioma que los demás no aprendieron.

Me daban miedo los cambios. Las personas también. No porque no las quisiera, sino porque no sabía cómo acercarme sin romper algo. Mis
pensamientos corrían como un tren sin freno, y mis emociones se desbordaban sin permiso. Después, venía la culpa. Y la pregunta eterna:
“¿Por qué soy así?”

Pasaron los años, y un día, al mirarme en un espejo —no de cristal, sino de palabras—, me reconocí: autista. No fue una herida. Fue una llave. Todo
empezó a tener sentido. No era un error. Solo era distinta.

Descubrirme autista fue como abrir un libro que siempre estuvo allí, esperando ser leído. Una historia que no hablaba de defectos, sino de otra
manera de sentir. Una historia donde, sin saberlo, yo era una artista renacentista: cantaba como si el alma me hablara al mundo, pintaba con la
urgencia de las emociones que no caben en palabras, y escribía para ordenar el caos y dejar constancia de lo vivido.

Desde entonces, hablo. A veces en voz baja, a veces escribiendo. Pero hablo. Porque hay muchas como yo, invisibles, silenciosas, desbordadas por
dentro. Mujeres que también se hicieron demasiadas preguntas.

Y aunque nadie lo sepa, cuando leo Luces antes de nacer, imagino algo muy simple: una niña que llega al mundo y, antes de pensar demasiado, siente un
abrazo. El primero. El único que nunca ha necesitado explicaciones. El más profundo y verdadero: el abrazo de una madre.