«Eduquemos a nuestros hijos para que sepan respetar y tender la mano al que más lo necesita y a querer a quien es diferente, porque amar es una aventura maravillosa y siempre enriquecedora».
Pablo es un chico de 13 años con TEA que no ha podido acompañar a sus compañeros de clase al viaje de fin de curso porque no está preparado para irse solo y porque no tiene amigos. Su tía Ángela reflexiona en este artículo sobre la importancia de enseñar a nuestros hijos e hijas a respetar y aceptar a todas las personas, así como de concienciar de la gran riqueza emocional que pueden aportar las personas con TEA.
Cambiemos el mundo
El 2 de abril se celebró el Día Mundial de concienciación sobre el Autismo. Se nos pidió que inundáramos las redes sociales con símbolos de infinito que fueran creativos. Que ilumináramos de azul nuestro entorno. Que nos diéramos cuenta de que este trastorno afecta a muchas personas y que aún hoy, en el siglo XXI, no es aceptado por una sociedad que enumera, como un papagayo, las celebridades que conocemos y que han sido brillantes, incluso geniales, a pesar de presentar este síndrome, pero que sigue dando la espalda y haciéndose la despistada ante la marginación que sufren las personas con autismo.
Much@s sabéis que en mi vida hay un ser maravilloso, al que quiero con locura y del que me siento muy, pero que muy orgullosa y es autista. Mi sobrino Pablo, mi Pablete.
Hoy sus compañeros del cole se han marchado de viaje de estudios a Madrid. Pablo no se ha ido. Hoy se ha quedado con mis padres, sus abuelos, a los que adora, porque no ha podido ir a ese viaje. Hoy mi hermana ha trabajado como una loca, un día más, con el corazón partido porque Pablo no ha podido preparar la maleta con esa mezcla de ilusión y nervios que tienen los niños cuando van a su primer viaje de estudios y se sienten ya muy mayores e independientes porque vuelan un poquito lejos de las alas de papá y mamá. Hoy ella ha pensado, como todos los días, en el futuro de su hijo. En la ayuda que necesita, en qué será de él. Porque, seamos sinceros, por muchas campañas de concienciación que se hagan, estos niños, ante un futuro difícil para cualquier joven, lo tienen muy complicado.
Hoy Pablo ha almorzado con su abuelo en lugar de tomar el bocadillo en un área de servicio camino de la aventura como lo hacen sus compañeros. Y ha jugado a las cartas con su abuela mientras los otros se habrán divertido como locos corriendo de habitación en habitación a la llegada al hotel. Y mientras los demás duermen poco en esa recién estrenada libertad, él dormirá en su cama, aunque es posible que llame a su madre a mitad de la noche porque alguna pesadilla lo asalte, una vez más, e interrumpa ese sueño inocente que debería tener.
Mi Pablete, a sus trece años, ha sufrido ya mucho, demasiado para su corta edad. Sabe lo que es que sus compañeros lo marginen. Sabe lo que es que se rían de él porque va más lento que los demás. Sabe lo que es estar solo en la fila del patio mientras los otros hablan y ríen y le dan la espalda. Sabe lo que es que lo señalen con el dedo, sabe lo que es darse coscorrones contra la pared porque el listillo de la clase se lo pide para reírse de él mientras Pablo piensa que es su amigo y es solo un juego. Y también sabe lo que es quedarse solo jugando a la Play online cuando los amigos de su hermano se dan cuenta que el que tiene los mandos es él y todos se van desconectando uno a uno hasta dejarlo sin nadie con quien jugar.
Sí, él no se ha ido de viaje porque no está preparado para irse solo y porque no tiene amigos. Él se queda sin ese viaje con el que todo niño sueña. Y sabéis una cosa, esto me enferma, pero no solo por mi sobrino sino por sus compañeros, porque se están perdiendo el amor y el cariño de la persona más maravillosa que posiblemente pasará por sus vidas. Y lo siento por esos padres que siguen prefiriendo que sus hijos amplíen conocimientos sacándose el B1, el B2 o el Trinity de turno. Que vayan a Kumon, judo, baloncesto, ballet, conservatorio, fútbol y un largo etcétera y sean incapaces de sentarse con ellos para contarles y hacerles entender que los niños como Pablo les pueden aportar una enorme riqueza emocional en sus vidas. Eso no les dará puntos para el futuro y brillante curriculum que algún día tendrán pero les daría, seguro, una grandeza humana que no se enseña en academias, sino en casa hablando y dando ejemplo.
¿Sabéis lo que todos se perderán? Se perderán el cariño de un niño que no sabe mentir ni engañar, que ama con total y absoluta sinceridad. Nunca les mentirá ni les traicionará y su amistad será inquebrantable. Se perderán cientos de sonrisas, las más bonitas del mundo, cuando está feliz y guiña sus ojitos de absoluta felicidad. Se perderán sus abrazos emocionados cuando algo le hace feliz y está contento. Y sus manos, siempre calentitas y suaves, que buscan las tuyas para sentirse arropado. Se perderán su cara preciosa cuando le abres la puerta de casa porque viene a cenar y eso le encanta. Las tartas de Oreo para celebrar cualquier cosa, porque él, ante todo, quiere gente feliz a su alrededor. Se perderán a un amigo que te consolará el primero y te abrazará porque no puede ver a nadie triste.
Sí, ese es Pablo. Esa personal genial y única a la que le gusta tomar “miguillas” (como él llama a las migas) cuando llueve o hace frío. Que se sabe todos los nombres de tiburones que existen y los distingue a la perfección. Que le encanta estar con sus gatitos y cerrar los ojos mientras escucha la música clásica moviendo sus brazos de pura emoción y sentimiento. Que es del Real Madrid pero que se alegra también cuando gana el Betis (porque sabe que es mi equipo) o incluso el Barcelona porque su tío y su primo estarán contentos con la victoria y él es feliz por eso, no le importan los colores. Y reirá de pura felicidad con una comida en un restaurante chino, eso sí, con toda la familia.
Decidme, ¿ser cariñoso, alegre, sensible, sincero, noble y buena persona es tener un síndrome que te hace ser objeto de marginación? ¿Tan sobrados estamos de estas virtudes? Yo creo que todo lo contrario. Encontrar personas así es un lujo, un privilegio, pero eso sí, para llegar a conseguirlo nos tenemos que despojar primero de prejuicios y egoísmos e ir con la firme intención de cambiar y ser consciente de que solo podemos mejorar este mundo si somos capaces de andar siguiendo los dictados de nuestro corazón.
Eduquemos, por favor, a nuestros hijos para que sepan respetar y tender la mano al que más lo necesita y que, sobre todo, no tengan miedo de querer a quien es diferente, porque amar es una aventura maravillosa y siempre enriquecedora.
Ángela, tía de Pablo