«Qué misterio nos impide comprender a los demás»
- Compartimos el testimonio de una persona autista en el que reflexiona sobre la incomprensión, la diferencia y el deseo de encajar, y sobre cómo esas vivencias marcaron su etapa escolar.
Esta era mi casa tipo, un estilo parecido. En la mía las vallas iban de lado a lado pero no faltaban el camino ni la puerta. Las ventanas sin marco, con cuádruple cristal o signo de sumar.
Durante algún tiempo, quizá con 18 años, repitiendo curso ya por tercera vez en la vida, tomé con especial interés una tarea para hacer en horario de clase: dibujar laberintos. Eso no me impidió pasar a tercero de BUP repitiendo 2º. Tampoco estos hábitos impidieron repetir tercero y luego uno más en FP hasta completar los 5 años perdidos.
Mis laberintos no eran cuadriculados sino curvilíneos. La primera impresión sería semejarlos a cerebros. Comenzaba por el centro e iba añadiendo desvíos por acá o por allá. En cuanto me entraba la duda sobre si habría cerrado la salida volvía a recorrerlo desde el centro al exterior. También creaba intrincadas salidas falsas que casi llegaban al núcleo, porque yo mismo buscaba el camino inverso para resolver laberintos usando ese truco.
Antes, durante octavo de EGB, curso que también repetí, me pasaba los días creando codificadores. Estos, creo, me los enseñó el amigo de entonces. Esos codificadores son sencillos y muy interesantes. Con ellos se pueden escribir mensajes «imposibles» de leer sin el descodificador.
En esas divagaciones podía pasar semanas, meses … no lo sé. Hasta que me aburría o encontraba algo más interesante.
Podría decirse que tanto o muchísimo más interesante y de valor hubiera sido aplicarme con la formulación química. Las matemáticas con sus derivadas, integrales y gráficos, pero para eso necesitaba ayuda y atención y muchísima más de estas para asignaturas donde fuera necesario memorizar horribles bloques de texto.
En lugar de aquello me pasaba el rato con el ordenador ZX8o programando para representar X al cuadrado que genera, pasando de valores negativos a positivos, una parábola. O con los senos y cosenos generando ondas. O con círculos concéntricos o desplazando su centro en torno a otro círculo o cambiando valores con el número Pi para hacer elípticas etc.
El profesor, allá por el BUP, no comprendía por qué sabiendo programar suspendía matemáticas y respondí: «no soporto la teoría».
Lo cierto es que comenzaba el curso creyendo que podría lograrlo como los demás chavales pero, año tras año, curso tras curso, repetición tras repetición nuevos niños, por más torpes que algunos fueran, me sobrepasaban sin despeinarse mientras yo me forjaba como persona «muy deficiente» en los exámenes. Espacios en blanco con preguntas sin responder o con textos inventados para sobrellevar la traumática hora del examen.
Intenté correr como los demás chavales me pedían, con zancadas cortas, pero no podía. No me salían.
Intenté ayudar a mi equipo en baloncesto empujando y gritando al contrario así que me expulsaban.
Quise inventar el fútbol quedándome a defender al portero cada vez que atacaban, pero eso estaba prohibido.
También quise reinventar las matemáticas, la física y la química. Algo imposible cuando eres tan joven, ignorante y poco capaz.
También odiaba cuando había que trabajar en grupo. Esos estúpidos «murales» de recortes, frases y dibujos. Esas condiciones de mierda en las que participar y pifiarla supone ser señalado como quien estropea todo y no participar supone señalarse como una carga.
Pero conseguí, vaya si lo conseguí, a la hora de hacer equipo, ser elegido siempre …
… de entre los restos que nadie quería: alumnos vagos o con mala fama por sobrepeso, lentitud, flojera, rareza o miedo al balón y al suelo de cemento.
Mi potente deseo de aislamiento siempre ha luchado contra sí mismo tratando de hacer lo que se espera de cualquier individuo en la sociedad y evitar la anormalidad del estado paria. Cualquier cosa para evitar caer en la casta más baja: inevitable descastado.
Entonces, nadie se extrañe que mis casas tuvieran vallado doble o cuádruple. Premonitorio comportamiento por el cual no podía invitar dentro a quienes no me querían entender aunque yo lo intentase con ellos por imitación para pasar tan desapercibido que … nunca pasaba.
Cuánto parecido con un Eduardo Manostijeras que también quería amar, claro que sí, cómo no, a Winona Ryder. Un Manostijeras (héroe) creando hermosas figuras en hielo, regalando a todas, incluso a mis enemigas, recortes de agua en forma de nieve. Esa nieve cayendo tan pura como mi menospreciado cariño sobre los lodos de la incomprensión (Ver el video aquí ).
Qué misterio nos impide comprender a los demás, algo tan propio del verdadero ser humano.
Publicado bajo el seudónimo de Fermín Romero de Torres.