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27.05.2021 Tal Como Somos

“Nos merecemos ser nosotros mismos sin que nos juzguen, y no tener que fingir ser ‘normales’ para encajar”

Testimonio de madre de niña autista

Anna tiene 18 años y considera que tener un diagnóstico de trastorno del espectro del autismo (TEA) no es ningún impedimento para hacer cualquier cosa que se proponga. Recibió el diagnóstico a los 15 años, en una entidad que presta apoyos especializados a las personas con TEA. Asegura que ese día fue uno de las más felices de su vida, porque hasta entonces había estado intentando disimular sus dificultades para encajar con los demás. Y es que, como muy bien dice, las personas con TEA se merecen ser ellas mismas y no ser juzgadas por una sociedad que, en demasiadas ocasiones, no les acepta tal y como son.

Leyendo con detenimiento la historia de Anna, se pueden comprender muchas de las características propias del trastorno, como las dificultades de interacción social, los comportamientos repetitivos, las alteraciones en el procesamiento de los estímulos sensoriales, el interés por temas concretos, etc. Además, Anna pone de manifiesto la importancia del diagnóstico precoz y de los apoyos especializados para las personas con TEA, así como el papel fundamental que juegan sus familias y los equipos profesionales de las entidades especializadas en autismo.

¡Gracias por compartir tu testimonio con nosotros y ayudarnos a visibilizar y normalizar el TEA!

 

HISTORIA DE ANNA

¡Hola! Me llamo Anna, soy autista, y estoy orgullosa de serlo.

Mi cerebro funciona de manera diferente y, aunque mi vida sea un poco más difícil a veces, no significa que el autismo sea algo malo o que haya que “curar”, sino que vivimos en una sociedad creada por y para neurotípicos, que no está diseñada para nosotros, y no nos acepta como somos todavía.

Creo que esto puede y debe cambiar. Nos merecemos ser nosotros mismos sin que nos juzguen, y no tener que fingir ser “normales” para encajar.

Ahora os voy a contar mi historia, o al menos una parte, otras cosas me las guardo para mí. Me disculpo por adelantado si es muy larga; he intentado resumir, pero me cuesta.

De pequeña aprendí a hablar muy pronto, y en casa no callaba, pero fuera casi no hablaba. Muchas veces me llamaban borde, porque no me gustaba que me dieran besos y abrazos. Siempre tuve problemas con las texturas de las comidas y de la ropa, odiaba mancharme y la arena de la playa. Ahora eso lo llevo mejor, y lo que más me molestan son los ruidos, como cuando hay mucha gente hablando a la vez.

Me gusta hacer las cosas siempre de la misma manera. Realmente no entiendo a la gente que no es así; si tengo un sistema o una rutina que funciona y que me gusta, ¿para qué lo voy a cambiar? Además, odio los cambios, me siento muy perdida cuando no sé lo que va a pasar, y me bloqueo.

En primaria siempre estaba sola, no me interesaban los otros niños, me parecían muy aburridos. Me costaba atender, pero me encantaba leer sobre planetas y faraones egipcios. Con 6 o 7 años, mi profesora le recomendó a mi madre llevarme a un psicólogo.

El psicólogo dijo que podía tener déficit de atención y que tenía rasgos de tipo Asperger. Le dio a mi madre un libro sobre el síndrome de Asperger y le dijo: “lee esto, y si ves algo que te recuerde a tu hija, me lo dices”. Mi madre ya no tiene el libro, y no recuerda cuál era, pero dice que desde ese momento supo que yo era Asperger, porque me describía perfectamente.

Sin embargo, el psicólogo no lo vio tan claro, y no me diagnosticó nada. Como me costaba relacionarme, me puso en un grupo de habilidades sociales con otros niños. Recuerdo ir dos o tres veces por semana, y que faltaba a clase. Jugábamos al pañuelo, hablábamos, hacíamos plastilina…

Con lo que me enseñaron allí y lo que fui aprendiendo por mi cuenta, a base de ensayo y error, empecé a actuar “normal” e hice mis primeras amigas, que todavía conservo. A los 9 o 10 años me dieron de alta, porque “estaba bien, no me pasaba nada”.

Pero entonces llegó la adolescencia.

Las relaciones se volvieron más complicadas, yo nunca sabía qué decir, ni cómo actuar, me sentía desconectada de todo y de todos; no terminaba de encajar y no sabía por qué.

Académicamente cada vez nos exigían más y, a pesar de ser muy inteligente y tener buena memoria, no podía seguir el ritmo de la clase por mis problemas de atención, y me frustraba mucho.

Me veía incapaz de formar el mismo tipo de conexiones que tenían mis compañeros; era como si operásemos en una frecuencia distinta.

A los 15 años descubrí lo que algunas personas pensaban de mí. Entre otras cosas que prefiero no recordar, decían que yo era muy rara, y que tenía un problema mental. De pronto, esa idea que siempre estuvo en el fondo de mi mente de ser diferente, pasó a un primer plano, a ser real y tangible. Ese día le pedí a mi madre que me llevara a un psicólogo. Sabía que tenía algo, y necesitaba respuestas.

Mi madre me llevó a ADANSI, una asociación de autismo de mi ciudad. Me diagnosticaron TEA de nivel 1, y fue uno de los días más felices de mi vida.

Llevaba toda la vida intentando ser normal, y nunca tuve que serlo.

Aprendí que soy diferente, y eso está bien. Ya no me culpo por no poder hacer ciertas cosas, porque sé que soy capaz de todo, en mi propio espacio y tiempo.

Después, el psicólogo de la seguridad social confirmó mi diagnóstico de TEA, y me diagnosticó un trastorno de la atención.

Llevo casi tres años en terapia con este psicólogo, y con una psicóloga de la asociación. Me han ayudado mucho a conocerme, y me dan estrategias para gestionar cada situación.

Hace unas semanas empecé con una psiquiatra, que me recetó medicación para el TDAH, aunque no noto ninguna mejoría de momento, pero quizá es pronto para sacar conclusiones.

Mi psicóloga ahora está organizando un grupo de chicas autistas, para que podamos hablar entre nosotras, ayudarnos y compartir experiencias. Me parece una idea genial, y ella sabe que tengo muchas ganas de empezar, porque cada poco le pregunto cómo va y cuánto le falta (puedo ser bastante insistente).

Acabo de terminar el bachillerato, y el año que viene estudiaré ingeniería en la universidad.

Se me da muy bien dibujar, y el diseño. Tengo muy buena atención al detalle, soy muy lógica y puedo concentrarme durante largos periodos de tiempo en aquello que me interesa.

Tengo una familia y unos profesores geniales, que siempre me cuidan, me ayudan y se preocupan por mí, pero dejándome tomar mis propias decisiones porque ya soy (al menos legalmente) adulta.

No tengo muchas amigas, pero no necesito más, porque las que tengo son maravillosas, y me encanta pasar tiempo con ellas.

También me gusta la música, tocar la guitarra, nadar y patinar.

Si te vas a quedar con algo de mi testimonio, quédate con esto: ser autista no es un impedimento para nada, y estamos bien.

Soy autísticamente yo, y soy feliz

Anna

 

Autismo España no se hace responsable de las opiniones vertidas que se emitan en esta sección puesto que son de carácter personal, y no necesariamente reflejan la posición de Autismo España.