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«Hemos descubierto el proceso compartido de escribir como herramienta de comunicación, comprensión y acompañamiento emocional»

  • David Gómez ha encontrado en la escritura junto a su hijo la mejor forma de comprenderle y un recurso que le aporta "una representación auténtica, honesta y sin filtros de lo que significa convivir con la diversidad sensorial y emocional".

“Cuando escribir se convierte en una forma de comunicarnos”

A veces, las historias más necesarias nacen sin planearse, y la que yo os quiero contar surgió así, de manera muy natural, a partir de un dibujo que mi hijo Sergio, de 17 años, realizó en una de sus sesiones de terapia. Desde pequeño siempre ha entendido el mundo de manera muy visual y lo ha vivido con mucha sensibilidad e intensidad. Dibuja, escribe, inventa mundos… y, en la gran mayoría de las veces, se expresa mejor así que con palabras.

En aquel dibujo al que os hacía referencia, donde aparecían dos personas —que resultaban ser la misma— pero que hablaban entre ellas, se reflejaba un conflicto interno: el de su “yo sensible”, esa parte de sí mismo que se ve desbordada por estímulos como el ruido o los conflictos cotidianos. Esa lucha entre lo que siente y lo que no sabe cómo expresar. Cuando lo vi, supe que ahí había una historia que merecía ser contada. No solo por lo que representaba para él, sino porque podía ayudar a otras personas a comprender lo que hay detrás de ciertas conductas del autismo que muchas veces se malinterpretan.

Y nos sentamos juntos a escribir esa historia.

Para nosotros esto no es algo nuevo: llevamos años escribiendo juntos. A Sergio le desborda la creatividad. Si fuésemos capaces de visualizar lo que bulle en su cabeza, nos quedaríamos alucinados. Personajes inimaginables y tramas surrealistas se pueden intuir en sus ojos, en sus movimientos y en sus gestos. Así es como se van cociendo sus historias en el día a día. Unas historias que terminan plasmándose en el papel usándome a mí como escriba. Tengo esa suerte, la suerte de vivir el proceso creativo de Sergio en primera persona. Aún a día de hoy, después de muchos años de escritura conjunta, me sigue sorprendiendo su capacidad de crear.

Con diez años, Sergio ya había publicado su primer libro, «Mi universo azul: de zombis, monstruos y personajes imaginarios», una colección de 29 cuentos que escribió con toda la pasión y la imaginación del mundo. Ser un gran lector lo ayudó mucho en todo el proceso. Sergio, de manera muy natural, vino a demostrarnos que las personas con autismo, con mucho esfuerzo, dedicación y aprendizaje, pueden escribir ficción, inventar personajes e imaginar historias llenas de humor y ternura.

El caso es que ahora, además de seguir escribiendo historias inventadas por él mismo, ha dado un salto y, en estos momentos, usa la escritura para compartir como se siente con su terapeuta o con nosotros, y así poder entender mejor todo lo que le rodea.

En todo este camino, hemos descubierto el proceso compartido de escribir como herramienta de comunicación, comprensión y acompañamiento emocional.

Esa historia que escribimos es la historia de unas vivencias suyas: la historia de un chico con autismo que convive en un aula específica con dos compañeros, uno de ellos recién incorporado al grupo. Este chico nuevo llega con muchas dificultades para adaptarse, y eso altera el equilibrio emocional de Sergio, que también lucha por entender y gestionar lo que siente. Al final, Sergio lo que hace con esto es abrirse en canal y permitirnos entrar en su mundo interior, lleno de sensibilidad, de emociones a flor de piel, de empatía y también de conflicto.

Lo bueno, y verdaderamente importante, es que esta historia que escribimos —y que terminó publicada en formato cuento, titulada «Bruno y (mi otro) yo»— no habla sobre el autismo desde fuera, sino desde dentro. Es la mirada de un adolescente que vive su condición y trata de comprenderla. Y, a su vez, a nosotros nos ayuda a poner contexto y a entender a nuestro hijo, sus reacciones, sus preocupaciones, su manera de sentir, sus frustraciones, sus alegrías…

Por eso creo que la escritura conjunta, dialogada con nuestros hijos (siempre que sea posible), puede ser un recurso importante que nos aporta una representación auténtica, honesta y sin filtros de lo que significa convivir con la diversidad sensorial y emocional.

En el fondo, todos nos enfrentamos a esas mismas tensiones entre la empatía y la impotencia, entre querer ayudar y no saber cómo hacerlo. Esa es, precisamente, la fuerza de la historia que escribimos juntos: la historia que nos permitió comprender qué estaba sucediendo en el aula de Sergio y en su interior, la historia que a la vez permite reconocernos en ella, seamos o no parte del espectro.

Convivir con el autismo es aprender a mirar despacio. A veces nos cuesta, porque vivimos en un mundo que va demasiado rápido. Pero gracias a Sergio, aunque a ratos me resulta complicado, he aprendido a detenerme, a escuchar de verdad, a entender que ser especialmente sensible al entorno no es una debilidad, sino otra forma de estar en la vida.

Y en ese mirar despacio y aprendizaje, me ha ayudado mucho escribir con él.

Escribiendo con él siento que lo acompaño, intento comprenderlo y dejo que florezca a su manera.

 

David Gómez

Padre de Sergio, 17 años