«Que no se nos olvide que el acoso no acaba en las aulas ni en la etapa escolar»
- En este testimonio en primera persona, Fran Ruiz visibiliza la necesidad de que el profesorado se implique en la lucha contra el acoso escolar que sufre buena parte del alumnado con autismo, así como la importancia de la red de apoyo familiar.
- "Por algún motivo, el diferente es siempre un blanco fácil, para volcar en él, la ira y frustraciones y, a lo sumo, nuestros complejos vacíos".
- "Las cosas no cambiarán nunca, si nunca se les da el lugar que les corresponde. Mi objetivo es el de allanarles mediante mis vivencias el camino a las generaciones venideras".
Fran Ruiz:
Solo espero que, en la última década, mi antiguo colegio haya cambiado… aunque, sinceramente, lo dudo.
De este lugar tengo muy pocas cosas buenas que decir. Durante mi época, el profesorado se llenaba la boca hablando de valores, respeto y educación. Pero cuando había bullying —cuando había acoso brutal y evidente— preferían mirar hacia otro lado. Y, si te quejabas, su única respuesta era la misma de siempre: «son cosas de niños».
Si, además, eras un niño con necesidades de apoyo, como era mi caso (soy autista de grado 1), la indiferencia era aún peor. Te decían que no tenían medios para atenderte, que no podían bajar el nivel de toda la clase por un solo alumno. En otras palabras: que te las apañaras como pudieras.
Aquí sufrí acoso y humillaciones constantes, no solo por parte de los alumnos, sino también de los propios profesores. ¿Cómo olvidar la frase de bienvenida diaria de uno de los maestros: «Son ustedes carne de cañón, no lo olviden»? ¿O las collejas de otro docente? ¿O el desprecio absoluto de la señorita que, sin pestañear, me soltó: «Sé cómo hacerte llorar, y lo sabes».
Pero lo peor vino de los alumnos. Me tiraron por las escaleras. Me metieron pastillas en el bocadillo. Me registraron la cartera. Y cuando encontraron mi tarjeta de discapacidad, la humillación fue absoluta. Desde ese día, dejé de ser una persona para convertirme en «el 33».
¿Y qué hizo el profesorado? Nada. Absolutamente nada. Bueno, sí: repetir su maldita excusa de siempre. «Son cosas de niños».
Solo espero que este centro haya cambiado, que los profesores ya no sean cómplices del maltrato. Que las «cosas de niños» ya no sean una justificación para el sufrimiento de nadie. Porque lo que yo viví aquí no fueron cosas de niños. Fue un infierno.
Lo que más me duele y atormenta de todo esto, no es propiamente el daño causado en mí que, tras tantos años transcurridos, poca solución tiene. Lo que más me duele es saber que mis padres, a día de hoy, permanecen con la sensación de una lucha perdida, y el saber que esta, mi historia, se continúa repitiendo aún a día de hoy, tal y como yo la cuento, coma por coma y palabra por palabra…sin el más mínimo cambio.
Quedaría feliz con el simple y llano hecho de saber que, pasados unos años, las cosas están cambiando mínimamente, y que mi lucha y la de tantas familias no sea algo vano…
Lo cierto es que, lo que en su momento se conoció y calificó como «cosas de niños» me ha marcado para toda una vida. A día de hoy, gracias a experiencias pasadas, en su mayoría en la adolescencia y en el interior de las aulas, no soy capaz de confiar en nadie (inclusive en mí mismo).
Es duro que, a mis 31 años, aún sienta incomodidad, miedo y rechazo cuando veo pasar a un simple grupo de adolescentes en pandilla.
¡Señores! es una mierda ver algo que me rompe el alma. Que no se nos olvide que el acoso ni acaba en las aulas ni en la etapa escolar. Aún a día de hoy, me sigo enfrentando a: tratos condescendientes, burlas e imitaciones, miradas de extrañeza / rechazo público.
Porque lo cierto es que, en esta sociedad, y en el día a día, ser distinto sigue siendo un problema e, incluso, me atrevería a decir que un deporte de riesgo. Pues, por algún motivo, el diferente es
siempre un blanco fácil, para volcar en él, la ira y frustraciones y, a lo sumo, nuestros complejos vacíos. Y, probablemente, no esperar respuesta ni réplica, al menos por parte del acosado. Llega un punto, tras todos estos años y vivencias personales, en el cual hay días en los que solo puedo sentirme frustrado.
Frustrado al ver que, todo «avanza» con extrema lentitud. Mientras vemos cómo las personas, cada vez más, recurren al suicidio como opción válida. Sin acceso a terapias, siendo sus precios inalcanzables para un sueldo medio, por no hablar de las instituciones públicas, que te ofrecen el tratamiento para más de un año después de haberlo solicitado, para encontrarte, cuando llegas
(si no has muerto por el camino) con profesionales, desbordados, que en la mayoría de los casos, no tienen medios para poder atenderte.
Por no hablar de mis padres, unos padres que viven en la desesperanza y el pensamiento de que las cosas son así y que, por su experiencia, creen que no podrán cambiar nunca. Y es que quizás haya algo de razón en su visión pues, evidentemente, las cosas no cambiarán nunca, si nunca se les da el lugar que les corresponde. Mi objetivo es el de allanarles mediante mis vivencias el camino a las generaciones venideras.
Yo, gracias a Dios, me he cruzado en el tiempo con personas que me han ayudado allanándome el camino, ofreciéndome algo a lo que poder llamar «familia». Familia en la cual he podido apoyarme, ese tipo de personas que no siempre están, pero cuando realmente los necesitas, siempre están ahí.
A día de hoy me siento un hombre afortunado, con todo lo que me ofrece mi vida y con mis metas logradas y por lograr. Y deseo luchar para que nadie más tenga que vivir situaciones de maltrato o acoso de ningún tipo, y mucho menos sienta que se tiene que enfrentar a ello solo.
No quería dejar de agradecer a tres de mis pilares fundamentales a lo largo de este recorrido vital: M.B., P.A. y por supuesto mi queridísima Fundación Autismo Sur.
Fran DeLa Lola.





