«Mapa sensorial de la Navidad»
- Adriana Nash explica en este relato cómo vive la Navidad y agradece a sus padres que le enseñaran a amar estas fechas haciéndole el regalo más importante: "la capacidad de crear mi propia calma y encontrar mi sentido en el medio de la celebración".
La Perfección geométrica
Para mí, la Navidad siempre empieza con la geometría.
Nuestro árbol era un espécimen maravilloso, plateado y de cristal, y yo era su única arquitecta.
Armaba cada rama y colocaba los adornos con una precisión milimétrica, rombos arriba, abajo, izquierda y derecha, no lo notaban, pero yo sí, mis hermosos rombos cada uno con diferente figura y luz.
Las luces eran solo blancas y tenían que estar distribuidas de forma exacta.
Necesitaba que todo estuviera compensado, perfectamente equilibrado visualmente.
Cualquier asimetría me generaba una gran incomodidad. Al terminar, el árbol no era solo bonito; era una promesa de que, en medio de la fiesta, habría un punto de perfecta y controlada quietud.
Después venía el ritual de los regalos. Yo era la menor y, seamos sinceros, la más consentida. Recibiría más, pero la verdadera diversión era el proceso, el sonido del papel de regalo crujiendo era tan satisfactorio, y la cinta adhesiva, tan firme. Yo envolvía todos los regalos de la familia, papel igual para todos, lo que me permitía situar armonía entre tanto color. Particularmente me permitía saber que había dentro. Los míos me aseguraban de ponerlos siempre primero bajo el árbol. Era mi pequeño mapa de control.
Y claro, también era la época de la creatividad. Mientras todos estaban distraídos, yo repetía frases y canciones que escuchaba durante la celebración.
La navidad era diversión, pero una diversión que yo vivía a mi manera; ahora se llama ecolalias.
El bullicio y el anclaje
Pero, cuando llegaba la noche, la casa se inundaba con el bullicio de la marea familiar: mis hermanos y sus hijos.
El volumen subía, los perfumes se mezclaban, los movimientos se hacían rápidos. El caos tomaba el control.
Afortunadamente, mi padre venía al rescate. Vestido con un gorrito de Papá Noel ridículamente alegre, se sentaba a repartir el tesoro. Verlo en ese papel, con esa alegría, era un alivio, pero la prueba más difícil venía después: la cena.
El exceso de conversación en la mesa era largo y me agotaba. En cuanto terminaba mi plato, mi mente se desconectaba y me apartaba. No toleraba el exceso de estímulos sociales. Necesitaba moverme.
Y ahí es donde yo buscaba mi anclaje, mi refugio. Me apartaba al sofá, serena y en la calma. Cuando mi madre se daba cuenta se iba conmigo y nos sentábamos juntas a observar el árbol de plata y cristal, armado a la perfección. Él giraba, lento, con un zumbido suave y constante que silenciaba el ruido de la gente.
El vinilo sonaba con las mismas notas conocidas: “Ohh blanca navidad, sueña… y con la nieve alrededor…”. Yo observaba cómo las luces blancas, limpias y claras, volvían al mismo punto en el mismo tiempo. Orden visual y orden sonoro.
Mi madre apretaba mi mano y no necesitábamos palabras. En ese movimiento suave, todo el exceso de navidad se detenía. Ella me enseñó que estaba bien necesitar ese momento.
El Legado de la Quietud
Ahora, mis padres ya no están, pero su amor por esta época sigue siendo el motor. Coloco la Navidad por ellos, por ese legado de alegría que me dejaron. El árbol sigue girando, y me sigo sentando frente a él.
Y sí, el exceso sigue siendo un problema. Por eso prefiero que seamos pocos; cuanta menos gente, más puedo disfrutar de las texturas, los olores y las melodías que elijo.
Y cuando llegan las doce y el mundo explota en ruido, el contraste me rompe la calma. Los fuegos artificiales son estruendos violentos y caóticos, sin orden ni ritmo, que rompen la quietud de mi refugio.
Pero entonces, recuerdo el árbol. Recuerdo su giro lento. Y elijo concentrarme en ese recuerdo. Porque ellos me enseñaron a amar esta época, me dejaron el regalo más importante: la capacidad de crear mi propia calma y encontrar mi sentido en el medio de la celebración.
Esa, esa es mi Navidad más perfecta.
Adriana Nash
2025
«Relatos desde el corazón autista», la historia de Adriana en primera persona
Durante mucho tiempo, a Adriana le fue difícil encontrar formas de expresar cómo vivía el mundo, cómo sentía las emociones o cómo transitaba la memoria. Sin embargo, tomó clases de escritura y descubrió que, a través de las metáforas, podía contar historias que conectan con su verdad y con la de muchas otras personas. Así nació «Relatos desde el corazón autista», donde narra, desde la intimidad y la sensibilidad, su paso por distintas etapas de la vida. Son relatos breves sobre la infancia, la soledad, la creatividad, la percepción diferente del entorno, los vínculos, la resiliencia o la identidad.
Con estos relatos, Adriana quiere llegar a:
- Mujeres adultas que han vivido en silencio su neurodivergencia o sus emociones.
- Personas autistas, para ofrecerles una voz cercana.
- Lectores en general, que deseen asomarse con empatía a una vivencia que también es universal.
Algunos de estos relatos incluyen cuadros de su autoría, integrando palabra e imagen como forma de expresión artística.
Si quieres, puedes contactar con Adriana en el mail: nashradriana@gmail.com





